José Benito Freijanes Martínez |
ÍNDICE DE POEMAS | |
LA ROSA DE LOS VIENTOS ¡Oh, amarillo, inmenso, árido..! |
Creemos, pues, aquello que creamos.
Creamos, pues, aquello que creemos.
Mas no creamos todo lo que creemos,
y así no creemos todo lo que creamos.
No creemos a todo lo que vemos.
No vemos todo aquello que creamos,
mas, como lo creamos, lo creemos.
No todo lo que creemos lo creamos,
no todo lo que vemos lo creemos,
mas creemos lo que vemos y creamos.
Yo vi nacer la vida de la tierra
y brotar transparente, estrella a estrella,
como no falta quien la muerte en ella
acaso vio vencer su eterna guerra.
Salta al destino, gota, que no yerra
tu salto para hacer del alma mella
en su golpe instantáneo de centella
por el segundo que la vida cierra.
¿Qué somos sino vanas esculturas
a las que el tiempo labra con su escoplo
que al alma lija las aristas duras?
Y así, mientras un verso al otro acoplo,
mi amor derramo en todas las criaturas...
¿Acaso no es la vida un breve soplo?
Mi nao deriva al pairo y sin timón
sobre el abismal ponto proceloso
que es la vida, de rostro tan hermoso,
mas ruge de galerna ronco son.
Timonel sin timón, sirve más ron,
por si al menos así encuentro reposo,
y en su vapor olvido, misterioso,
de sueños color rosa de pasión.
Olvidar la negrura que me mece,
olvidar el camino que transita,
y cómo las cuadernas estremece
mientras oigo en la niebla cómo grita
la voz de la sirena, que me ofrece
de rara musa la canción no escrita.
En la pradera crece un abedul
y un pájaro en él tiene hecho su nido
con ramitas robadas al olvido
traídas a través del cielo azul.
¡Ave extraña..! Sus plumas son de tul
suave y basto, translúcido y tupido;
ya no sé si es su canto o no un quejido
que trae exóticos sones de Estambul.
Y sobre el árbol fusas, semifusas,
corcheas, blancas, negras me desgrana,
y oyéndole cantar oigo a las musas.
¡Qué exótica sonata en la mañana
me traen sus notas vagas y difusas..!
¿O es que su voz de mi corazón mana?
Rosa no hay que no adelante espinas,
ni ciervo manso amenazantes cuernos
como el oscuro ser de los infiernos;
mas ser ambos perversos no imaginas.
Entre agrado y dolor siempre caminas:
muere la flor y están los pinchos tiernos,
que en placer corto siempre hemos de vernos
y más gustar las lágrimas salinas.
Cuán distinto sería el pensar mío
de la verdad del mundo entera y vana,
si en primavera o en invierno frío
fuese a nacer, o en la otoñal mañana,
o en la estación del caluroso estío,
si la vida durase una semana.
Pronto llega la edad en que el espejo,
desvariado y traidor, un día nos miente
porque algo que no somos él asiente
mostrando un rostro extraño y asaz viejo.
¿Es nuestro ese arrugado y vil pellejo,
aquel mismo que otrora fue rïente,
el que veo con gesto de doliente
y, de horror traspasado, de él me alejo?
Y el reloj su tic-tac prosigue duro...
¿Que lo paro? No importa: el tiempo sigue,
más rápido o más lento, mas seguro.
Quien segundo a segundo de él no espigue,
¿quién sabrá si asegura su futuro?
Mas detenerlo nunca se consigue.
Mira el ayer qué es hoy, y el hoy mañana:
rescoldos y cenizas sólo quedan
que más que en el recuerdo no intercedan,
asomados del tiempo a la ventana.
Desde el vano mirar es cosa vana:
tal vez hayas de ver que se sucedan
altos y bajos hechos, que ya hiedan
los flujos de asfixiante mar humana.
Rompe la puerta, apéate a la calle,
bájate al río y vé contra corriente:
no baña el río al monte, sino el valle.
Y aunque te arrastre esfuérzate, riente
en su contra en la lucha, y aunque estalle
tu corazón, habrá sido valiente.
Sobre el azul del cielo está ya escrito,
bajo el azul del mar está ya hablado:
ya nunca volverá el viento acerado
a morder este espíritu maldito.
Ya nunca arrancará el frío otro grito
a este ánimo muerto y desgarrado,
los sentidos por siempre ya ha cerrado
y haber estado vivo en él ya es mito.
¿Qué te han hecho, espíritu piadoso
que el título ostentó un día de valiente,
y el de oveja reclama hoy presuroso?
¿Cuál es tu enfermedad, que estás doliente
de abúlica impasión, de deshonroso
no existir de una fuerza que te aliente?
Crece en el muro, crece, madreselva,
cubre y abriga el frío de la piedra;
entrelazad los brazos tú y la hiedra
y así, juntas las dos, que una se vuelva.
Que, cuando un ser en otro se disuelva,
si antes la una de la otra no se arredra,
veréis que el Todo en lo Perfecto medra
sin que en Muerte la Vida se resuelva.
Con el tiempo, quizás nadie se acuerde
que tapizáis aquel rígido muro,
y al petulante puede que recuerde
vuestro encuentro al amor que hallar procuro.
Mas la apariencia vuestra, blanda y verde,
cubrirá un esqueleto gris y duro.
Rosa de abril de sangre, la que fue
hija del mes más cruel en adopción,
encendida de amor, rojo tizón
abierto al cielo orando en casta fe.
Te oye alguno, no todo quien te ve,
en espinas clavado corazón.
Recoges el rocío en tu canción,
copa de rojo vino y verde pie.
Déjame en ti beber hasta saciar
mi pobre corazón enamorado,
¡oh, cruel!, que sólo tú puedes salvar.
Y con mi llanto en acto consagrado
tu silente plegaria ha de llevar
la última aurora de mi invierno helado.
¡Ay, triste flor tirada en el camino
mancillada, de pétalos que un día,
cual rojo Santo Grial el rostro abría
buscando ver el cielo entre el espino!
Pisoteada y mustia hoy el destino
te quiso profanada en esta vía,
hollada en su lodosa tierra impía,
entre el estiércol del soez cochino.
¡Y todo por amor..! Amante mano
el vínculo cortó entre tú y la vida
y te inmoló, inocente, a amor humano.
Era ella hasta la muerte de él querida,
mas te dio, delicada perla, en vano:
desdeñada a la par que de ofrecida.
Oh, paloma, posada y aterida
bajo el bóreas que, a ras de la cornisa,
sopla silbando en ululante risa:
quién me diera vivir tu breve vida.
Procurada ya tienes la comida,
y esas plumas que el frío viento alisa
son el vestido con que se dio prisa
la Providencia en verte bien servida.
Me pregunto si sueñas con ser hombre
mientras yo estoy soñando con ser ave
porque más esta pena no me asombre.
Mas de que todo ha fin duda no cabe,
y así mi alma de daños desescombre
el trance triste con que todo acabe.
Trepo por una escala hecha de seda
hasta el balcón que mi ilusión concede,
mas puede que mi cuerpo al suelo ruede
como una hoja de otoño en la alameda.
No me robes el sueño que me queda,
te lo ruego, porque mañana puede
que otro sueño como éste se me vede
y para siempre mi ansia por él ceda.
¿Qué me queda si pierdo mi ilusión?
La que tanto luché por ver cumplida...
Tendré entonces vacío el corazón,
un trozo de alma se me irá, partida;
perderé de mi vida la razón
y perderé de mi razón la vida.
Nadie allí había, mas, cual lenta valva,
solo su arcón la compuerta elevó.
Tenue, muy tenue, la luz la adornó
mientras la alcoba teñía de malva.
Blanca, translúcida, etérea, desvaída
fue su presencia al abrirse el baúl.
Blanca, muy blanca, la he visto vestida
blanca, muy blanca, entre gasas y tul;
blanca, cual nunca la vimos en vida,
blanca y brillante, que casi era azul.
Cuando dé el salto que hacia el infinito
me lleve, al fin supremo e insalvable
del paso por la vida, inevitable,
convertiré tu nombre en postrer rito.
Ya no distinguiré verdad de mito,
pero entonces tu imagen imborrable
vendrá a animar mi espíritu inestable
y el estertor a convertir en grito.
Y así, cada recuerdo de mi historia
hoy el vacío de mi alma amuebla,
pero no cruzará la divisoria.
Y, ya perdido lo que mi alma puebla,
tus lágrimas serán en mi memoria
como gotas suspensas en la niebla.
José Benito Freijanes Martínez |