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Quiénes somosAl finalA Los Sonetos de mi VidaA O Recuncho do Galego
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FRANCISCO DE TRILLO Y FIGUEROA.
(1618?-1680)


ÚLTIMOS AFECTOS DE UNA DAMA,
MIRANDO EL SEPULCRO DE SU AMANTE.

Si con morir pudiera mejorarte,
si viviendo pudiera no perderte,
qué poco mereciera con la muerte,
qué poco me debieras por amarte.
Si con llorar pudiera consolarte,
si risueña pudiera no ofenderte,
qué poco me costara el merecerte,
¡oh, cuánto mereciera en olvidarte!
Si la elección me fuera permitida,
si en tus cenizas abrigar la pena,
que ardiente parasismo es de mi vida,
¡oh, cuán gozosa en la fatal cadena
aprisionara el alma condolida,
que tanto está de libertad ajena!



DESPRECIANDO LA FORTUNA

Dichoso aquél a quien la amarga muerte
no tronca el tiempo de sus dulces años,
y aquel que no alimenta desengaños
con el cebo engañoso de la suerte.
Dichoso (si hay alguno) aquél que advierte
su riesgo al resplandor de los extraños,
y aquel que, mariposa a los engaños,
entre las llamas el ardor advierte.
Dichoso el que con vuelo reposado
a la cumbre se acerca fatigable
de la alta ruina a que el honor aspira,
y mucho más aquél que, retirado
vive de la fortuna incontrastable,
limando con su paz su cruel ira.

A UNA ESPERANZA DUDOSA

De anciano roble un tronco mal vestido,
con débiles raíces amarrado
a un duro escollo, a quien el tiempo airado
de una alta roca había dividido.
Yacía en la montaña defendido
más del riesgo a que estaba dedicado
que de amiga segur o de olvidado
rigor, no al infelice concedido.
Doliente asombro del hermoso día
de mi esperanza simulacro era,
y horrendo asilo de aves gemidoras.
¡Oh cuán ingrato el riesgo se desvía
de quien trofeo el precipicio fuera!
¡Oh cuanto muere un triste en breves horas!

A UN SUPLICIO DE FUEGO
EJECUTADO EN UN CÓMPLICE,
DE MUCHOS EL MENOS PODEROSO.

Arde el delito en las crueles aras
de la necesidad más encendidas
que del fuego, brotando las heridas
tanto dolientes señas cuanto avaras.
Enlazada segur, torcidas varas,
cenizas entre llanto sumergidas
aun el humo descubre, aunque oprimidas
del ciego polvo, y las pavesas claras.
Las llamas del cadáver apartadas
aún menos del juez que del suplicio.
A muchos con la vista salpicaron,
y no fueron de pocos veneradas;
que habla mucho el silencio de un juicio.



Fortuna, cuya impía providencia
condena al pobre a eterno sufrimiento,
si no hay bien en sus males, ¿con qué intento
en su daño es piadosa tu inclemencia?
Si entiendes que es hacerte resistencia
tener paciencia en el mayor tormento,
fallezca en él, sepúltese su aliento,
que la muerte en el pobre es conveniencia.
"La muerte igonra que en el pobre hay vida"
Respondes: ¡Oh, cruel más que la muerte!
Pues ni muere ni vive, reducida
su vida a entrambos riesgos, de tal suerte
que la muerte se excusa con la vida,
y la vida se excusa con la muerte.

Al principio

La Palestra de Euterpe.