Ama de la Perla - Parte II

Autor: JAQO
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-¡Trancao! Pendejo, andamo adelante- dijo Vicente luego de ganar otra mano de dominó dándose palos de “Barrilito Tres Estrellas” entretenido con sus amigos en la entrada a La Perla. El tirijala dominguero en el Viejo San Juan andaba encendío y el roncito estaba subío en la cabeza como el “Caldo W-40” que servían en La Tasca. Iraida, su nieta, había pasado la noche antes a dejarle la botellita que se ganó el viernes en una rifa del trabajo. Como ella no tomaba, se la llevó a -buelo Vicente pa que se la goce y me recuerde siempre. Vicente se asombró al verla en el balcón tocando la puerta un sábado en la tarde. -Eso es lo único que valió la pena de la bellaquera que me dio la abuela de esta nena -pensaba mientras sacaba todas las inútiles aldabas de la puerta. El recuerdo de Teresa, la abuela de Iraida, Vicente lo sentía en los huesos. Tere era una apetitosa mulata que sacudía el heno y la hojarasca de la mundanalidad por doquiera que iba. Era una Adonis liberada por la vagina detanta y un Venus sin envidia. –Estaba- como decía Vicente -¡podría de buena!
-Abuelo- dijo la hermosa Iraida en tono juguetón -¡tú siempre bien chévere!
-Mira nena, dame un beso… carajo -dijo Vicente contento, acercándose ñoñito para que Iraida se lo comiera a besos.
-Mera, viejo, vamo… -gritaban desde la calle, llamando a Vicente.
-No puedo, tengo la nieta aquí -respondió Vicente por la ventana en voz alta, para que se enteraran todos los presentaos del barrio. Luego se volteó alegre porque al fin podía ver a su nietecita. Además, ya no tenía que irse a janguear con los “muchachos” por no quedarse a solas con aquella bombilla que colgaba del techo, así como sus maltrechos libros, en aquel rincón que pasaba por apartamento. Mejor era conversar un rato con este regalo que Dios le dio a pesar de lo perla que era. -La gracia divina es, o la tomas o la dejas. Ignorarla es fácil, aceptarla está de madre -se dijo aquel filósofo de callejón.

-¿Cómo? -preguntó Iraida desde la cocinita.
-Nada nena, pendejá de viejo -respondió Vicente sonreído.
-Oye, esos tipos no se cansan de someterle… -declaraba José tras escuchar dos horas de continua algarabía tamborística, e imponiéndose sobre el poder del recuerdo del otro abuelo metido en palos. Aunque ya no se daba con tanta frecuencia, los domingos en la tarde caía una horda de percusionistas realengos a calentarle la cabeza a la gente buena de La Perla. También lograban exacerbarle el espíritu a muchas féminas, que nalgueando ante los tamboreros le agitaban las hormonas a los machos, malográndole el día, a su vez, a los religiosos y a los que ni una tumba bien tocá podría conmoverlos.
-Que se van a cansar con to el perico que se meten… -se respondió a sí mismo. Algunos jodían a José en el barrio porque decían que tenía gusto musical de mujer creída. -En fin de cuentas -dijo Vicente una vez, en defensa de la amplitud musical de José -eso era un mero farisaísmo social cegato que excluye lo extranjero sin ton ni son. El tipo lo mismo disfrutaba de Los Rolling Stones, Música de Trios, Tori Amos, Plácido Domingo y Peter Gabriel; también gustaba de Rubén Blades, Bob Marley, Papá Candito, Ismael Miranda, Fiel a La Vega, Machito, Chucho Avellanet, Deddie Romero, Plena Libre, Millo Torres, David Sánchez, o Gilberto Monroig. ¿Y?

-¿Vicente? Abre mamao. ¿Qué pasa? ¿Estás borracho o élembao? -dijo Willie añorando estar en medio del rumbón, pero como hoy en día a los bongoseros los dejan rezagados, prefirió seguir envuelto en la tosca caricia de la amistad entre pelaos.
-José, pásame la botella -dijo Willie percatándose de que ésta mano estaba en el saco. La confianza nunca eludió a Willie, en y fuera de Puerto Rico. A los 9 años ya andaba repiqueteando latas de galleta y a los 11 le dieron sus primeros bongós, que un decenio después terminaría tocando en la orquesta de la persona a quien se los robaron en una fiesta patronal en Adjuntas. - “Casualidades de la vida, las cosas son así. Eso le pasa a cualquiera, las cosas son así” -hubiera dicho Junior Toledo. Luego de graduarse de High, se marchó a buscar suerte como músico en Madrid. Eso fue, como decía el difunto, “de película”. Una noche en Santurce, en casa de Tati, hermana de Kako, el abogado (“nadie es perfecto”) e historiador musical, Don Cristóbal Díaz Ayala, trajo un viejito que cantaba con una cadencia añeja sabrosa. Era el Sr. Marcelino Guerra. Tati lo conocía de Nueva York y Meñique, su esposo, había guisado un par de veces con él en la banda de Tito Puente. La Habana, Madrid, Nueva York, Ciudad de Panamá y San Juan, son “El mismo perro con distinto collar”. Don Guerra andaba de visita en Puerto Rico antes de regresar a Madrid, en donde a la larga grabaría su último disco compacto, y entregara su vida al “Conservatorio Celestial”. Es posible que Machín lo esperara en el cielo mientras le cantaba un ratito a San Pedro. Willie Rosario quería que Marcelino grabara unos coros con Yayo el Indio, pero a última hora decidió dedicarle tiempo a sus boricuas queridos y canceló. Ese viejo cubano cogió los topos en casa de Tati y no los soltó en toda la noche. Para cuando Willie llegó, hacía falta cambiar un poco la rutina y Marcelino comenzó a cantar viejos números del Sexteto y el Septeto Habanero, para deleite de Don Cristóbal y de unos cuantos conocedores que disfrutaban de la bondadosa hospitalidad de la preciosa negra Bastar-Barcas Negras. El bongosero “no daba pie con bola” con esas viejeras y aunque Willie era jovencito, conocía muy bien la dinámica del buen gusto y el afinque en la percusión. -Hay que saber dar el golpe que requiere la música, el canto, el baile y el momento -decía Don Cristóbal. Poco sabía Willie en aquel entonces que en un par de decenios más, el bongó se encauzaría por linderos técnicos menos cálidos. Marcelino, cautivado, le dijo que tocaba -más cubano que los cubanos. Al desaparecer la luna, Willie ya estaba reclutado para irse a probar fortuna en el Continente con un legendario personaje de la música cubana. Esa escuelita ayudó mucho a Willie en su vejez y retorno a su islita querida.

-Broder, ¿cómo carajo se te ocurre prender esa mierda? -preguntó Willie al darse cuenta de que José había encendido la radio.
-Ese revolú cansa -respondió José, refiriéndose al frenesí de carne animal y humana que percutía intermitentemente entre ráfagas de aire marino. Además, estaba consciente de que ya había metido las patas al encender el radio en una estación -batata que sólo sirve el plato corporativo del momento -como dice el D.J. R. ese -pensó José.
-Mi pana, fast food se quedó con nosotros -interrumpió, Willie.
-Con to y eso -siguió diciendo Vicente- yo creo en la sangre nueva. Siempre terminan dándole calambrazos a to el mundo. Y, no siempre son cosas malas. Además, nosotros hicimos lo nuestro en la juventud.
-José. ¡Eso te cansará a ti que te has pasao toa la vida aquí metío sin saber lo que tienes debajo de esas narices pelúas! -dijo Willie predeciblemente encojonado, e ignorando a Vicente. Entre los nueve años que pasó dando bandazos por toda Europa con Marcelino, el tiempito que estuvo en Nueva York, su regreso a España y su aterrizaje final en Puerto Rico, se pasó la mayor parte de sus 61 años en el extranjero. Siempre extrañó los revoluses de barrio.
-Tú siempre con la misma pendejá…-le dijo Efraín a Willie mientras le miraba las nalgas a una turista que pasaba por el otro lado de la acera. -Mira Vicente que rica está la gringa esa -dijo sin olvidarse de la carga que tenía para Willie.
-Está como para mamarla de arriba bajo y dejarla temblando -respondió Vicente.
-Temblando de qué carajo, si a ustedes ya “se le cayó el tabaco” hace tiempo -dijo José quien no le quitaba los ojos de encima a una holandesa que se paseaba inocentemente, con unas amigas venezolanas, frente al Cafetín de Don Tomás.
-Pues te pueponer en cuatro cuando quieras para que veas si se nos cayó o no -dijo Vicente mientras estallaban todos a reírse.
-Mira negro castizo, tú te crees gran cosa porque te pasaste la vida jodiendo con los cubanos esos por allá -dijo Efraín después de perder de vista a esos culos espectaculares que habían derramado su seductora sandunga carnal sobre los adoquines sanjuaneros. -No sea ignorante, señor. Aquí nadie se cree nada, a lo mejor el complejo ese de colonizao que tienes no te deja disfrutar de lo que realmente vale la pena en la vida -respondió Willie sin quitar la vista de las fichas.
-Coño, ¡ya metieron la jodía política! -les gritó Robertito el sobrino de Ama quien pasaba de camino al rumbón y se detuvo a saludar a los viejos y a la cuerda de entrometidos que deambulaba siempre en la entrada a La Perla, sin tener una puta idea de lo que se hablaba en el juego de dominó.
-Robertico, asere, ¿qué bolá contigo? -dijo Willie, fingiendo acento cubano habanero, para joder a Efraín que no pasaba a los cubanos “ni en la sopa”.
-Ná, grabando un demo a ver si me pego como la loca esa de Ricky Martin y los saco a to de aquí -se le escuchó decir a Robertito mientras bajaba las escalinatas de dos en tres, loco por llegar al rumbón. Alguien le había dicho que Cano Estremera iba a estar allí y quería empaparse del tipo. D.J. R., había pasado su niñez y preadolescencia en La Perla, para luego mudarse al Barrio Camarones de Guaynabo. Allá vivió otro Puerto Rico, pero su corazón estaba en aquel farallón humano que se erguía frente al mar desconocido, de espaldas a una pared centenaria. En La Perla siempre vio lo suyo agredido por el prejuicio, la pobreza, el desfalco de los sucios que gobernaban el país, el racismo y el peso del miedo y la ignorancia. En Guaynabo pudo ver, por vez primera, un pitirre defendiendo lo suyo, lección que jamás olvidaría y que muy bien aplicaría en su quehacer rapero/sonero, así como en su destino político. -Ese chamaquito es una jodienda rapeando -dijo Vicente mientras ponía el doble cuatro cerrándole la puerta a Efraín, que todavía quería decirle cuatro cosas a Willie y que se ponía bélico después de tomar. Por eso había cogido bofetas de vicio...
-Mira, huele huele, juega -le dijo José a Efraín.

-¡Eperate! Oye, tú fuiste el que prendió la porquería esa, ¿y Willie termina encabronao conmigo? -se preguntaba Efraín en voz alta repasando por enésima vez el rastro de algún milagro en los puntos negros engrabados sobre el amarillento marfil que tenía de frente.
-Estará esperando que le salga un cuatro por el joyete, porque esta mano está planchá -dijo Vicente mientras veía cómo se le hinchaban las venas del cuello a Efraín.
-Que va mano, Efra anda esperando que le llegue una ficha en el wilfredo -dijo José mientras se servía otro palo de Barrilito rodeado de carcajadas.
-¿Es verdad que van a dejar de hacer este ron? -preguntó Willie.
-No me extrañaría que lo vayan a chavar los cubanos comemierdas de la Bacardí -respondió Efraín después de pasar por segunda vez corrida.
-¿Pasaste de nuevo? Bendito Willie, esto es un quitao -dijo Vicente.
-Efra, tú eras monaguillo y eres la persona más agriá que conozco -le dijo José molesto porque ya Efraín andaba muy distraído por la borrachera. Él se creía, por supuesto, en mejor estado mental y sin parte alguna en la enorme estela de derrotas que sufrieron. -Y que puñeta te importa eso a ti. Además, ¿qué? ¿Se supone que si uno era monaguillo uno sea santo? No jodas -le respondió Efraín mordiéndose las quijadas tenso. En su subconsciente aún percutía, buscando salida al consciente, la primera vez que el sacerdote de la Catedral de San Juan le había frotado suavemente el trasero mientras se preparaban para misa. El susodicho era español. -¿Madre Patria? Esa cabrona me jodió la vida al parir a ese hijoe puta. Pero, hay que meterle mano a la vida…-pensaba Efraín -hay que sanarse pa vivir y hay que vivir pa sanarse. ¿Qué mucho andan pendiente ahora de obligar a uno a recordar tanta cosa que pasó si todavía no sabemos olvidarlas? ¡Maldito sean los recuerdos! -terminó diciéndose Efraín. Éste jamás olvidó y “cual ladrón en la noche” lo arremetió su súbita y amarga despedida a un rumbo positivo en su juventud.
-Mira que hay que reírse en la vida -dijo Willie mientras movía las fichas sobre la escuálida mesa de latón.
-¿Qué pasó? -preguntaron José y Efraín, casi al unísono.
-Que estuve viendo el otro día una gente en el interné que se creen indios taínos -respondió Willie interesado en encauzar la conversación a mejor ámbito.
-Por eso tienes los ojos descojonaos -dijo Vicente organizando sus fichas sin mirar a nadie.
-Eso tiene que joder a la gente. To el día epetao frente a un televisor. ¿No se supone que uno debe d-e-s-p-e-g-a-r-s-e de la pantalla? -añadió José.
-Pues mira que si yo no estuviera tan viejo y medio ciego, me hubiera gustado aprender a bregar con esa vaina -dijo Efraín.
-La edad no tiene na que ver. Ustedes son unos ignorantes. Están como cuando la gente empezó a usar carros, o cuando llegó la televisor a colores. Con el guindalejo ese he podido conocer un montón de buena gente y he aprendió con cojones -respondió Willie.
-Si y todavía estás jodío aquí en La Perla… -dijo José mientras todos se reían a brazo partido.
-Bueno, ustedes saben donde vivo. Si no quieren chequearlo, quédense brutos -suspiró desalentado el “Cardenal de los Bongoseros Puertorriqueños”. Pocos se hubieran imaginado cuanta vitalidad tenía esa conexión a la infovía, cuánto influiría a una comunidad marginada y qué rumbo le deparaba a muchos de los perlenses. Ni Walter Mercado, ni la línea de Celia, podrían dar con el paradero del futuro que vendría a través del cable telefónico erecto contra la pared que conectaba a Willie con el globo entero. De ese cable vertía un pozo cibernético, del cual muchos bebieron ¡y allí nadie andaba buscando virgen alguna!

-¿Les puedo contar? -preguntó Willie encojonado porque siempre quería hablar todo el mundo a la vez. -A la verdad que casi toa la gente del mundo es así -se decía el bongosero -¿Cómo se entienden? Tanto que chavamos pa que los nenes aprendan a hablar y se nos olvida enseñarles a escuchar. Aprender a hablar es un guame… A la verdad que casi nunca he visto a nadie enseñarle eso a los nenes. Uno quiere que ellos no se queden elembao, pero los nenes aprenden lo que ven y nosotros siempre andamos cacofónicos -meditaba Willie mientras ponía su ficha. -Resulta -continuó Willie en voz alta -que hay unos neoyoricans que andan en taparrabo por los Estados Unidos. Dicen que son taínos, que hablan, mean, comen y cagan como los indios y tienen tribus y to. Yo me muero de la risa -dijo antes de que José le interrumpiera.
-Ay no me joda, ¿taínos en Nueva York? ¿Cómo llegaron allá, en la “Canoa Aérea?” -dijo José muerto de la risa.
-No si creo que casi to están metidos en New Jersey -añadió Willie.
-Ves Willie que eso del interné es perder el tiempo.
¿Paqué diablo andas leyendo esas boberías? -decía José antes de atragantarse un canto de alcapurria pasmá de las que tenían en una cajita de cartón junto al culer y el resto de los abastecimientos para la joda. Ninguna otra cosa podía controlarle la lengua a estos cuatro viejos borrachos.
-¿Y por qué no pueden ser indios? -preguntó Vicente -si ahora le averiguan a uno toa la vida con un cantito de pelo. A lo mejor esa gente sabe que alguien en su familia era taíno de aquí -dijo Vicente curioso.
-Antes de defender a los indios esos deberías cortarte las pezuñas esas -le dijo José a Vicente mirándole los pies de reojo. -Se parecen a las garras de los animales esos que salen en el muñequito del “Jorobao de Notre Dame” -siguió diciendo José.
-Gárgolas -mencionó Willie.
-Eso mismo -dijo José.
-Ah verdá, que el Willie también es medio francesito -se relamió Efraín, añadiendo -¡maricones que son to!
-Saliste casi ganador en el concurso de los prejuiciao -le respondió Willie, tratando de entender por qué la frivolidad siempre se las arreglaba para detener el devenir de una conversación inteligente. -Por lo menos sé que a Vicente le encanta hablar de estas cosas, aunque últimamente anda medio ido… abandonao… -se preguntaba Willie antes de seguir.
-Mira, esa gente no puede ser india na, porque a los taínos los españoles les limpiaron la picota sin querer queriendo -dijo Willie a Vicente y a un par de mulatitos que admiraban su toque en el bongó, pero que jamás lo habían oído hablar así.
-A los que no le sacaron el jugo, los enfermaron y los mataron. Además, el asunto es que, después que a uno le quitan to, uno no puede seguir siendo lo mismo. Esos desalmaos perdieron to lo dello… el país, el idioma, la religión… -decía Willie cuando se oyó un tiro cerca del rumbón.
-¡Qué jodienda! -dijo Vicente mientras comenzaban su harta conocida rutina de recogido y escape ante ese tipo de señal sonora. Pavlov se hubiera henchido de orgullo…
-Después les termino el cuento -dijo Willie, camino a su apartamento en Puerta de Tierra despidiéndose de tres espaldas que iban disparadas para el Cafetín de Don Tomás.

Sin Pelos en la Lengua