"We don´t see things as they are, we see things as we are.
Camino despacio, tengo mucho tiempo delante de mí,
observo con desdén a los transeúntes que envueltos en
su propia prisa se mueven ajenos a su entorno y a los que los rodean,
de pronto la voz de una pequeñita me saca de mis pensamientos
y me trae de vuelta al mundo de los vivos: "¿Me compra una
rosa monito?", pregunta con esa vocecita que apenas distingo entre
el barullo de los carros y los bares, la miro y de forma inconsciente
le sonrío, no lo siento nena, hoy no, y de nuevo ella me insiste:
"para la novia monito" y esboza una gran sonrisa que deja
ver que hace poco se le cayó uno de los dientes; tal vez sea
eso pero me convence, o.k. dame una, y me extiende la flor envuelta
en es plástico barato con manchitas blancas. Le doy un billete
de dos mil y me voy, sé que la rosa vale menos pero no me importa
sé que a ella le hace más falta el dinero que a mí.
Ahora, flor en mano, prosigo mi viaje, por el camino
encuentro muchachos de tantas universidades y carreras que me llegan
a fastidiar al cabo de un rato, tomo una calle menos transitada para
poder despejar mis sentidos, en ella, bajo la luz de un farol pálido
una pareja se devora a besos, el jean de él está casi
en sus rodillas y ella está recostada contra un murito. Parece
que hacen el amor, o al menos creo que están teniendo sexo, me
refugio en la sombra de un árbol y me dedico a observarlos, no
es que me considere un voyerista, bueno sí, pero en este caso
es diferente; el hecho que lo estén haciendo en la calle me excita
tanto como a ellos. Sé que el sexo no es para mí como
era antes, pero he aprendido a disfrutarlo de otra forma, el observar
se ha convertido en mi portal hacia un tipo de placer que ya no puedo
disfrutar.
Los contemplo por no sé cuanto tiempo, hasta
que me percato que de la rosa no queda casi nada en mi mano, es entonces
cuando una de las dueñas de casa del sector los ve por la ventana
y sale a hacer escándalo, se visten de afán, riéndose
de forma nerviosa para luego salir corriendo hacia la noche en medio
de los gritos de "descarados" y un coro de perros ladrándoles.
Al igual que ellos sonrío y emprendo de nuevo
mi camino en dirección contraria a la que tomaron, por el camino
vuelvo a encontrar los tumultos de jovencitos pero en su mayoría
deambulan ebrios, escojo un grupo al azar, de los que caminan más
gracioso, los sigo desde lejos esperando el momento en el que me les
pueda acercar. Ascienden hacia los cerros por un callejón, supongo
que tienen ganas de orinar, esta es mi oportunidad. Uno se quedó
un poco atrás de los otros recostado contra un árbol,
hay algo raro, no sé algo falta aquí, me acerco dispuesto
a deleitarme con su esencia cuando de repente él da vuelta hacia
mí, sus ojos brillan de una forma que solo creí posible
en los vampiros, sus manos han crecido, debería temerme pero
soy yo quien empieza a sentir miedo hacia él, no se que pasa
pero mejor no me quedo a averiguarlo. Intento huir por en medio de las
sombras pero siento como soy izado por una de mis piernas y lanzado
por el aire en dirección de l monte que empieza más arriba.
Recibo de pleno el golpe contra el asfalto en mi rostro, siento como
la quijada se me rompe por el impacto al igual que un par de costillas,
entre la sangre que brota de mi rostro hay pedazos de césped
y tierra. Intentaría erguirme pero el dolor y la sorpresa me
han bloqueado por completo así que desde mi humillante posición
en el suelo observo como ese borracho se ha transformado en una "bestia",
una especie de animal mezclado con algo de humano, es enorme, y juro
por dios que intimidante. Gracioso pero por vez primera desde que morí
empiezo a orar, al mismo dios que me ha permitido acabar con la vida
de tantos en estos años, ojalá a mí si me escuche.
Empieza a acercarse a mí, sus amigos no los
veo por ninguna parte, estúpidamente decido fingirme el muerto,
escuché alguna vez que los osos no atacan a los que creen muertos,
no creo que me sirva ahora pero es lo único que se me ocurre.
Cuando está a mi lado me da un puntapié tan fuerte que
las costillas que me quedaban enteras se hacen añicos y mezclado
con un aullido de dolor escupo parte de mis ensangrentadas entrañas.
De la patada me levanto casi un metro y es entonces que me doy cuenta
que el -monstruo- me ha sujetado del cuello de la camisa y se agacha
a mi lado para susurrarme al oído: Los cerros y las afueras nos
pertenecen, no lo olvides maldita aberración, Gaia no tolerará
su presencia fuera de la podredumbre de asfalto. Y me lanzó como
si fuera un juguete por el callejón hacia abajo. Y aquí
estoy, desde hace casi una hora esperando que sane lo suficiente como
para poder levantarme y huir; y les aseguro que lo que soy yo no volveré
a poner un pie a menos de un kilómetro de uno de esos malditos
cerros.