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Quiénes somosAl finalA Los Sonetos de mi VidaA O Recuncho do Galego
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ADELARDO LÓPEZ DE AYALA.
(1828-1879)


SIN PALABRAS.

Mil veces con palabras de dulzura
esta pasión comunicarte ansío;
mas, ¿qué palabras hallaré, bien mío,
que no haya profanado la impostura?
Penetre en ti callada mi ternura,
sin detenerse en el menor desvío,
como rayo de luna en claro río,
como aroma sutil en aura pura.
Ábreme el alma silenciosamente,
y déjame que inunde satisfecho
sus regiones, de amor y encanto llenas...
Fiel pensamiento, animaré tu mente,
afecto dulce, viviré en tu pecho;
llama suave, correré en tus venas.



A SARA.

Noé, segundo Adán de los mortales,
de turba irracional acompañado,
en el arca famosa anduvo a nado
hasta que vio pacíficas señales.
En la ausencia que es arca de mis males,
me encierran tu rigor y desagrado,
de mil remordimientos acosado,
que son los más feroces animales.
Con esta carta, a guisa de paloma,
tímidamente me aventuro, y pruebo
si se ha calmado el mar de tus enojos...
Dímelo por piedad; que, si no asoma
la pacífica oliva, no me atrevo
a presentarme a tus divinos ojos.



A UN PIE.

El pie más lindo que acaricia el suelo
jugaba ante mi vista complacida;
yo, con mano dichosa y atrevida,
de un espacio mayor levanté el velo.
Bella columna descubrió mi anhelo,
por los mismos amores construída,
como, del recio vendaval movida,
se abre la nube y se descubre el cielo.
Detenido en las puertas de la gloria,
aguardo a que el amor quiera propicio
dilatar en sus reinos mi victoria.
Y hoy, recordando tan gallardo indicio,
mil veces se complace mi memoria
en dibujar completo el edificio.



A UNOS PIES.

Me parecen tus pies, cuando diviso
que la falda traspasan y bordean,
dos niños que traviesos juguetean
en el mismo dintel del Paraíso.
Quiso el amor, y mi fortuna quiso,
que ellos el fiel de mi esperanza sean:
de pronto, cuando salen, me recrean;
cuando se van, me afligen de improviso.
¡Oh pies idolatrados! ¡Yo os imploro!
Y pues sabéis mover todo el palacio
por quien el alma enamorada gime,
traed a mi regazo mi tesoro,
y yo os aliviaré por largo espacio
del riquísimo peso que os oprime.



EL SOL Y LA NOCHE.

Encendido en sus propias llamaradas,
la sed devora al luminar del día,
y, eterno amante de la noche fría,
persigue sus espaldas enlutadas.
Ansioso de sus sombras regaladas,
en vano corre la abrasada vía;
que él mismo va poniendo el bien que ansía
donde nunca penetran sus miradas.
La dicha ausente, y el afán consigo,
arde y redobla su imposible instancia,
llevando en sus entrañas su enemigo...
¡Así corro con bárbara constancia,
y siempre encuentro mi ansiedad conmigo
y el bien ansiado a la mayor distancia!



LA CITA.

¡Es ella..! Amor sus pasos encamina...
Siento el blando rumor de su vestido...
Cual cielo por el rayo dividido,
mi espíritu de pronto se ilumina.
Mil ansias, con la dicha repentina,
se agitan en mi pecho conmovido,
cual bullen los polluelos en el nido
cuando la tierna madre se avecina.
¡Mi bien! ¡Mi amor!: ¡Por la encendida y clara
mirada de tus ojos, con anhelo
penetra el alma, de tu ser avara..!
¡Ay!, ¡ni el ángel caído más consuelo
pudiera disfrutar, si penetrara
segunda vez en la región del cielo!



A UNA BAÑISTA.

¡Quién fuera el mar, que enamorado espera
que tu cuerpo interrumpa su llanura
y rodear tu espléndida hermosura
de un abrazo y a un tiempo toda entera!
Si yo en sus aguas infundir pudiera
el alma ardiente que adorarte jura,
en muestra de mi amor y mi ventura
te alzara en triunfo a la celeste esfera.
Y, al descender con mi tesoro, ufano,
convirtiendo la líquida montaña
en olas que anunciaran mi alegría,
en las costas del reino lusitano,
y en África, y América, y Bretaña,
mi grito de placer resonaría.



MIS DESEOS.15

Quisiera adivinarte los antojos,
y de súbito en ellos transformarme;
ser tu sueño, y callado apoderarme
de todos tus riquísimos despojos;
aire sutil que con tus labios rojos
tuvieras que beberme y respirarme;
quisiera ser tu alma, y asomarme
a las claras ventanas de tus ojos.
Quisiera ser la música que en calma
te adula el corazón: mas si constante
mi fe consigue la escondida palma,
ni aire sutil, ni sueño penetrante,
ni música de amor, ni ser tu alma,
nada es tan dulce como ser tu amante.



Al principio

La Palestra de Euterpe.