El rubí de tu boca me rindiera,
a no haberme tu bello pie rendido;
hubiéranme tus manos ya prendido,
si preso tu cabello no me hubiera.
Los del cielo por arcos conociera
si tus ojos no hubiera conocido;
fuera tu pelo norte a mis sentidos,
si la luz de tus ojos no lo fuera.
Así le plugo al cielo señalarte,
que no ya sólo al norte y arco bello
tus cejas venzan y ojos soberanos;
mas, queriendo a ti misma aventajarte,
tu pie la fuerza usurpa, y tu cabello
a tu boca, Amarili, y a tus manos.
Yo vi romper aquestas vegas llanas,
y crecer vi y romper en pocos meses
estas ayer, Sorino, rubias mieses,
breves manojos hoy de espigas canas.
Estas vi, que hoy son pajas, más ufanas
sus hojas desplegar para que vieses
vencida la esmeralda en sus enveses,
las perlas en su haz por las mañanas.
Nació, creció, espigó y granó en un día
lo que ves con la hoz hoy derrocado,
lo que entonces tan vivo parecía.
¿Qué somos, pues, qué somos? Un traslado
desto, una mies, Sorino, más tardía;
y ¡a cuántos, sin granar, los ha segado!20
No sé cómo, ni cuando, ni qué cosa
sentí, que me llenaba de dulzura;
sé que llegó a mis brazos la hermosura,
de gozarse en mis brazos codiciosa.
Sé que llegó, si bien con temerosa
vista, resistí apenas su figura;
luego pasmé, como el que en noche oscura,
perdido el tino, el pie mover no osa.
Siguió un gran gozo a aqueste pasmo, o sueño
-no sé cuándo, ni cómo, ni qué ha sido-
que lo sensible todo puso en calme.
Ignorarlo es saber; que es bien pequeño
el que puede abarcar sólo el sentido,
y éste pudo caber en sola el alma.
No siempre fiero el mar zahonda al barco,
ni acosa el galgo a la medrosa liebre,
ni sin que ella afloje o él se quiebre,
la cuerda siempre trae violento al arco.
Lo que es rastrojos hoy, ayer fue charco,
frío dos horas antes lo que es fiebre;
tal vez al yugo el buey, tal al pesebre,
y no siempre severo está Aristarco.
Todo es mudanza, y de mudanza vive
cuanto en el mar aumento de la Luna,
y en la Tierra, del Sol, vida recibe.
Y sólo yo, sin que haya brisa alguna
con que del gozo al dulce puerto arribe,
prosigo el llanto que empecé en la cuna.
¿Qué busco, ciego, yo, con tan mortales
y ansiosas bascas? ¿Pienso que podría
satisfacer la sed inmensa mía
un mar de aquestos bienes (¿diré? ¿O males?)?
¿No vi ya? ¿No probé cuán desiguales
son de aquello precioso que ofrecía
si vanamente hermosa flor, que el día
robó, descubridor de engaños tales?
Paremos ya, paremos: que el sosiego
en sólo aquel un Bien que sin mudanza
mueve cuanto ve el sol, hallar podemos.
Mas, ay, que cuando verle pienso y llego
yo a asirle, me deslumbra, y sin tardanza,
cual rayo pasa, y ciegos le perdemos.