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Quiénes somosAl finalA Los Sonetos de mi VidaA O Recuncho do Galego
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RAFAEL DE PENAGOS14.


Este es el corazón y esta es la pena.
Por esta sangre navegó mi vida.
Aquí mi breve historia recorrida
y borrada, después, sobre la arena.
Traigo esta libertad y esta condena.
Mi esperanza: esa flor reverdecida.
Caí. Me levanté. Y en la partida
jugué de cara al viento cuando suena.
¿Qué otra declaración a la aduana?
Esa carga de versos, que ahora veo
que aliviaron mi voz cada mañana.
Y, entretanto, a esperar. Confiadamente.
Porque creo en la luz y nunca creo
que Dios se apague un día de repente.



A ti, mi corazón, único y mío,
aliento de mi vida y desaliento,
indivisible pan de mi alimento,
medida de mi ardor y de mi frío.
A ti, de quien me fío y desconfío,
ala suprema de mi propio viento,
ángel revelde de mi pensamiento,
cauce y agua del agua de mi río.
A ti, campo sumiso, que el arado
del tiempo va dejando desangrado,
panal de mi desgracia y mi fortuna.
A ti lo mejor mío: la esperanza,
en la cierta, total desesperanza
de ver morir las horas, una a una.



A ti, silente tiempo sin ternura,
vecino y primo hermano de la muerte.
A ti, por quien la vida se convierte
en una desmochada arquitectura.
A ti, para mi queja piedra dura,
mirada sin pupila hacia mi suerte.
A ti, voz sin sonido que me advierte
lo débil que se torna esta envoltura.
A ti, desgastador de corazones,
espada cortadora de ilusiones,
mayoral de los días y los años.
A ti, disgregador de la esperanza,
ala que, sin volar, todo lo alcanza.
A ti, sordo clamor de desengaños.



Otra vez el cansancio: aquí en mis manos,
aquí en mi corazón, aquí en mi frente.
El cansancio, Señor, en estos llanos
de humana tierra sin rumor de fuente.
Melancólica tierra: tu simiente
yo sé cómo se agosta los veranos.
Y yo sé, vida, los esfuerzos vanos
para ponerte el ceño sonriente.
Busco el amanecer, y cuando espero
la llamada del sol en mi ventana
sólo encuentro el rescoldo de su ocaso.
Es la noche, otra vez. Y otra vez veo,
cansado de soñar con la mañana,
cómo me hundo en la sombra, paso a paso...



Desde no sé qué hondura o de qué altura
llega una voz que sin cesar me advierte
cómo me muerde el polvo de la muerte
los huesos que sustentan mi estatura.
Una vija mirada, en la negrura,
se cuida fatalmente de mi suerte.
Inútil escapar. Sueñe o despierte,
siempre en la tierra está la sepultura.
Crece y crece la sombra tenebrosa.
¿Dónde el amor, su luz de mediodía,
dónde el camino azul de la esperanza?
Todo se va esfumando con el día,
todo se va muriendo con la rosa
en un último adiós que ya me alcanza...



Al principio

La Palestra de Euterpe.