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EQUINOCCIO  La revista del GRUPO HERMES-NAHUEL


REFLEXIONES

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EN VÍSPERAS DEL TERCER MILENIO




                                       Siempre el futuro idílico que nos prometen es un hoy postergado por razones inconfesables.


            El comienzo de una nueva era tecnológica, con la consiguiente caducidad del ordenamiento bipolar nacido en Yalta, plantea complejos e inéditos problemas, para cuya solución se requiere una gran dosis de originalidad. Aunque día a día aumente el número de quienes piensan que con el aparente triunfo del capitalismo más recalcitrante concluyen los conflictos sociales, es notorio que todavía queda mucho por hacer al respecto. Luego de lo acaecido en la ex Unión soviética y en los otros países de Europa oriental, nada puede volver a ser como era antaño. Los requerimientos de la era actual exceden el marco de las viejas ideologías en pugna, ya que está en crisis la concepción del mundo hasta hace poco vigente.

            Acaba de fracasar uno de los mayores procesos de liberación emprendidos por el hombre. Debido a ello hay aflicción y desconcierto; entretanto, las potencias contra las cuales se luchaba ganan terreno subrepticiamente. Ante este hecho algunos adoptan una postura resignada, otros se disfrazan de pragmáticos, que es la manera cínica de ser escéptico; y los más adhieren a una pseudo-filosofía llamada posmodernista, forma sofisticada del inmovilismo. Pero casi todos olvidan —o no desean recordar— que después de un intento fallido de liberación siempre se desencadena una ofensiva reaccionaria, que es preciso contrarrestar mediante una rápida recomposición de las fuerzas progresistas. Medida ésta que no debe conllevar ninguna intención de restablecer una etapa política perimida, sino más bien la de procurar que los pueblos no sucumban a la prédica de una derecha retrógrada, que con increíble ligereza asegura haber confirmado sus teorías sociales más inicuas, como si no hubieran transcurrido dos siglos de régimen capitalista.

            En resumen, a causa de las grandes transformaciones sociopolíticas que se están operando, las categorías con las que interpretábamos el acontecer histórico ya no nos sirven, caducaron definitivamente. El mundo parece primigenio; nos pone frente a nuevos problemas y de nuestra capacidad para resolverlos depende el futuro de este planeta. Tanto las soluciones individuales como las recetas maniqueístas hoy sólo conducen a callejones sin salida. Esta flamante realidad pide algo distinto: nuestra energía vital de seres humanos, sin diferenciaciones sociales, raciales o ideológicas. La tierra en que vivimos es una sola y en ella nos hallamos todos: pobres y ricos, negros y blancos, izquierdistas y derechistas. En consecuencia barruntamos que no existe otra opción: el presente momento nos exige que construyamos una civilización universal fundada en el respeto a los derechos humanos. Si bien las condiciones para alcanzar este objetivo no están plenamente dadas, contamos con valiosos elementos que coadyuvan a su logro. Mas tengamos especial cuidado con los cantos de sirena de aquellos que abogan por el retorno al antiguo orden, pues nuestra fragilidad de memoria o nuestras claudicaciones éticas nos hacen vulnerables. Dejando de lado las modas intelectuales importadas desde el Norte hiperdesarrollado, la liberación del hombre sigue siendo una suerte de asignatura pendiente.


PARADOJAS DE UNA SOCIEDAD POSITIVA


            La perspectiva que se ofrece a la vista del observador atento es por demás confusa. Al haber un desfasaje entre el presente nivel tecnológico y la cosmovisión tradicional, nuestra realidad se llena de tensiones, contradicciones y sinsentidos que al cabo configuran una visión fantasmagórica de la misma.

            La evolución espiritual de la humanidad, desde la horda primitiva hasta la sociedad democrática contemporánea, convierte a nuestros congéneres en prójimos, en seres iguales y cercanos a nosotros, aun cuando físicamente estén distantes. El avance gradual de la ciencia desmitifica el mundo y con ello destruye seguridades individuales y grupales, incentivando así la búsqueda de respuestas en el seno de la colectividad humana. Las innovaciones tecnológicas, especialmente en los medios de comunicación, transporte y procesamiento de datos, producen una contracción del espacio psicofísico; individuos, objetos y acontecimientos coexisten en un ámbito cada vez más reducido. Además, en nuestra experiencia histórica se encuentran abundantes antecedentes que avalan la idea de una comunidad planetaria; más todavía: el devenir histórico es susceptible de entenderse como un proceso conducente a la formación de la misma. Por último, con el surgimiento del sistema capitalista de producción, las personas adquieren conciencia de su participación en un orden económico internacional; y siendo el trabajo requisito inherente a la existencia humana y fundamento de toda economía, los hombres comprenden que su diaria labor, minúscula en apariencia, tiene una importancia decisiva en el desenvolvimiento de la vida sobre el planeta; es decir, se hacen cargo de la universalidad de sus actos. Evidentemente hay ya una conciencia planetaria en gestación. El fenómeno Internet es parte de...

            Pero nos hallamos en una circunstancia paradójica. La humanidad posee todo para satisfacer sus necesidades primarias, como jamás nadie antes lo imaginó; no obstante, nunca se ha sentido tan desvalida como en esta época. Lo cual dificulta la conformación de una sociedad de tipo global, cimentada en principios democráticos, antiimperialistas y de equidad social. La alteración de las leyes de juego establecidas en Yalta inspira incertidumbre, que a menudo se traduce en conductas conservadoras o reaccionarias. El naufragio de las utopías sesentistas desalienta cualquier empresa de liberación. Los descubrimientos científicos, al socavar el narcisismo de la especie humana, provocan una angustia existencial casi indescriptible. La presencia insoslayable del SIDA y la posibilidad de una guerra nuclear o bacteriológica (todavía hoy) amedrentan a la gente hasta el punto de paralizarla. La contaminación de vastas zonas del planeta, como consecuencia de un crecimiento industrial vertiginoso y negligente, llega a extremos alarmantes. Y por si tales calamidades no bastaran, la pobreza, absurdo poco menos que inefable en el presente estadio del desarrollo tecnológico, afecta a las cuatro quintas partes del género humano. En fin, pese a la portentosa civilización material que lo rodea, el hombre moderno está a la intemperie, a solas con sus fantasmas, falto de aptitudes para superar su propia miseria moral. Es obvio que la sociedad burguesa, concebida con la fatal esperanza de un progreso indefinido y clasista, no puede dar ya sentido alguno a su vida. Un aire milenarista lleva y trae el eco de una frase inquietante: no hay futuro.


LA OTRA VERSIÓN DE LA REALIDAD


            Ahora bien, si además de éstos consideramos algunos otros aspectos, no tan negativos como los citados, seguramente obtendremos un diagnóstico más completo, y tal vez menos desolador, de la actual situación. En este momento son muchos los seres que no se resignan a ser fagocitados por una sociedad inhumana. Por una parte, están los movimientos ecologistas realizando enormes esfuerzos a fin de impedir que el industrialismo, en su desmesurado afán por intensificar el proceso de producción y consumo, torne inhabitable nuestro planeta, el único que tenemos. Por otra parte, están las organizaciones de derechos humanos, las que oponiéndose a cualquier forma de autoritarismo, evitan numerosas muertes y denuncian a los responsables de las violaciones a esos derechos. La labor de ambos trasciende la esfera ideológica de la filantropía clásica, que al dar una limosna mitiga el hambre pero perpetúa la pobreza, e implica una concepción totalizadora y revolucionaria del hombre y su problemática. Cabe decirlo por más que suene a simple hipérbole: la actividad de estos organismos constituye una epopeya silenciosa. Sin discursos ampulosos ni gestos espectaculares, ellos son lo que hoy realmente contribuyen a mejorar la calidad de vida en nuestro planeta Tierra.

            A lo enumerado agreguemos aquellas entidades que fueron creadas con el propósito de proteger los derechos de diversas minorías: aborígenes, negros, homosexuales, minusválidos, niños maltratados, disidentes políticos, etcétera. Esto dicho sin olvidar los movimientos feministas y el sindicalismo de base, verdaderas instituciones destinadas a reivindicar la dignidad de mujeres y trabajadores, seres que si bien no son minoría, a veces parecen serlo por el exiguo espacio social que ocupan. Asimismo consignemos aquí a las organizaciones originadas en las necesidades de los sectores populares más carenciados; por ejemplo, cooperativas de consumo, vivienda, trabajo, salud, incluso de radioescuchas. Y finalmente mencionemos una corriente doctrinaria del Catolicismo —la Teología de la Liberación—, cuya «opción preferencial por los pobres» permitió llevar a la práctica las enseñanzas evangélicas y que aun estando bastante debilitada, tanto por los aires conservadores que soplan desde la cátedra de Pedro como por la arremetida de la iglesia electrónica, continúa siendo una promesa de justicia social en nuestra Latinoamérica conquistada por los Chicago's Boys.

            Movimientos feministas y ecológicos, organismos sindicales y de derechos humanos, entidades cooperativas y para la defensa de minorías varias, ala progresista de la Iglesia Católica: Todos ellos son como piezas dispersas de un complicado rompecabezas. Para conseguir de los mismos un buen nivel operativo sólo se requiere de una heurística capaz de hacer con semejantes materiales una estructura funcional.


EN LA ENCRUCIJADA HISTÓRICA


            Por supuesto, sería una peligrosa ingenuidad creer que estas sociedades intermedias disponen de un poder que las capacita para terminar con la crisis. La humanidad siempre se ha debatido entre dos fuerzas, una que marcha hacia el futuro y otra que lo hace hacia el pasado más ominoso. Pero hoy ello se da con mayor intensidad a causa de la descompensación ideológica originada en el derrumbe del llamado socialismo real.

            Vemos con preocupación cómo los grupos derechistas día a día ocupan mayores espacios sociales y cómo los mismos elementos requeridos para efectuar los cambios que la humanidad anhela son empleados con propósitos diametralmente opuestos. El nazismo se expande por la Alemania reunificada, expulsando extranjeros y cometiendo toda clase de tropelías ante la mirada tolerante de las autoridades germanas. En Francia la derecha arrasa con el socialismo, aun cuando no hace muchos años mostró su irremediable ineptitud al participar del gobierno de Mitterrand. La Liga Lombarda se consolida en el norte italiano. La reivindicación del zarismo en la ex Unión Soviética cuenta con amplio consenso y hasta se escuchan por ahí algunas voces que piden el regreso del rey de Hungría, entre otros disparates por el estilo. El Opus Dei y Comunión y Liberación condicionan el accionar de la Iglesia católica, ubicando a sus hombres en puestos claves y fortaleciendo las alicaídas finanzas del Vaticano mediante cuantiosas sumas de dinero.

            Por otra parte, merced a la manipulación que de él hacen los sectores dominantes, el ecologismo se transfigura en actividad meramente esnob, más dada a proteger animalitos raros que a acabar con la devastación planetaria causada por los países del Primer Mundo. Asimismo la defensa de los derechos humanos se convierte en un eficaz mecanismo para abortar cualquier conato de liberación nacional, como así también en un instrumento legal para justificar las usuales intervenciones armadas en las naciones del Tercer Mundo. Y del mismo modo la trajinada democracia se vuelve puro formalismo, sólo útil a los fines de perpetuar la dependencia y la injusticia social en los países subdesarrollados. También el sindicalismo de base ve desvirtuada su esencia al haber sido eliminados sus dirigentes más combativos y al haber disminuido grandemente la demanda de mano de obra asalariada a raíz del actual proceso de reconversión capitalista. Y otro tanto sucede con el feminismo, que pasó de un serio intento de emancipación de la mujer en cuanto tal a un lamentable trueque de roles sociales; ya que si ella obtuvo el ejercicio efectivo de algunos derechos, fue porque aceptó vivir en el mundo de los hombres y desempeñar papeles propios de éstos. Por último, el auge de los nacionalismos, que ya se vislumbra como un impetuoso proceso de balcanización, acentúa —contrariamente a lo que suele pensarse— el aislamiento de los pueblos y limita sus posibilidades de desarrollo integral, pues los sume en un estado de feudalismo sui generis.

            Sin duda que la realidad contemporánea resulta ser harto más intrincada de que lo un fácil optimismo a veces nos induce a imaginar.

            Lo cierto en esta cuestión y lo que efectivamente cuenta es el hecho de que la existencia de tales grupos señala una tendencia de cambio positiva. La disconformidad de mucha gente, que en forma paulatina toma conciencia de sus libertades, va encontrando los canales apropiados para expresarse. Más allá de ulteriores apreciaciones, esta actitud deja entrever dos cosas muy significativas. Primero, que es preciso neutralizar aquellos factores que inhiben el ejercicio de nuestros derechos; segundo, que los problemas se resuelven entre todos o no los resuelve nadie. Como se ve, para una considerable cantidad de personas las fórmulas individualistas y obsecuentes, al estilo del neoconservadurismo en boga, son ineficaces. A partir de esto se perfilan algunos caminos, que no por ser poco promocionados son menos promisorios. Toda casa, aun la más suntuosa, comenzó siendo un ladrillo.

            Sintetizando: los sucesos coyunturales describen un panorama sombrío. En términos generales puede afirmarse que la humanidad adolece de una aguda parálisis espiritual. La política, supremo arte de articular distintos modos de pensar la realidad, no ofrece hoy propuestas alternativas; al menos en su versión oficial, se repite a sí misma de espaldas a la Historia. A la vez, los popes de la cultura aseveran que la Utopía, motor del cambio histórico, murió de milenarismo. Con todo, en el pueblo —lejos de las cúpulas anquilosadas— los auténticos cambios están ocurriendo y la resignación no es tan profunda como se supone. Son muchos los que reconocen que el mundo marcha hacia una civilización planetaria de las características ya descriptas o bien que debería hacerlo en ese sentido, demostrando con ello que no han sido deslumbrados por la mise en scéne que ha montado la derecha gatopardista. El problema real estriba en la posibilidad de que el sentimiento de desamparo que prevalece en amplios sectores sociales sea utilizado por las fuerzas reaccionarias a fin de transformar el planeta en un «paraíso posmodernista», ahistórico y tecnocrático. La tentación de una solución autoritaria es grande. En momentos así no son pocos los que en vez de erguirse frente a los obstáculos como personas cabales, se ponen a la búsqueda de un «papá» que mágicamente les solucione todos sus problemas. La factibilidad de un brutal retorno al pasado está seduciendo a muchos, incluso —de una inesperada manera dialéctica— a los mismísimos Baudrillard y compañía.

            Semejante estado de cosas nos sitúa en una disyuntiva apremiante: o construir una comunidad planetaria, basada en una economía de la abundancia y organizada según un tipo hasta hoy desconocido de socialismo; o bien permitir que se consolide una civilización universal sometida al poder despótico de una élite poseedora de todos los recursos económicos y tecnológicos, en la que inexorablemente habrá cuatro quintas partes del género humano inmersas en la miseria y la obsecuencia.

            En verdad, nunca como ahora el ser humano anduvo por el mundo tan ligero de equipaje. Quizás ello le posibilite ir en la dirección que más le convenga. Al fin y al cabo la realidad no es más que la metáfora del hombre.


                                                                                                                                                Miguel Ángel Rodríguez

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