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LISTA DE POETAS POR ORDEM ALFABÉTICA DO PRIMEIRO NOME

Poemas

Jorge Luis Borges

Tankas,   Susana Bombal,  Los Espejos,  El Puñal,  La Lluvia,  Ausencia,  El suicida,  

A Un Poeta Sájon,  Everness,   Soy el poeta,   El Cómplice,   Mi vida entera,  

Elvira de Alvear,   Ejedrez,   Alguien .

Tankas

1

Alto en la cumbre

todo el jardín es luna,

luna de oro.

Más precioso es el roce

de tu boca en la sombra.

2

La voz del ave

que la penumbra esconde

ha enmudecido.

Andas por tu jardín.

Algo, lo sé, te falta.

3

La ajena copa,

la espada que fue espada

en otra mano,

la luna de la calle,

¿dime, acaso no bastan?

4

Bajo la luna

el tigre de oro y sombra

mira sus garras.

No sabe que en el alba

han destrozado un hombre.

5

Triste la lluvia

que sobre el mármol cae,

triste ser tierra.

Triste no ser los días

del hombre, el sueño, el alba.

6

No haber caído,

como otros de mi sangre,

en la batalla.

Ser en la vana noche

él que cuenta las sílabas

 

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Alguien

 

Un hombre trabajado por el tiempo,

un hombre que ni siquiera espera la muerte

(las pruebas de la muerte son estadísticas

y nadie hay que no corra el albur

de ser el primer inmortal),

un hombre que ha aprendido a agradecer

las modestas limosnas de los días:

el sueño, la rutina, el sabor del agua,

una no sospechada etimología,

un verso latino o sajón,

la memoria de una mujer que lo ha abandonado

hace ya tantos años

que hoy puede recordarla sin amargura,

un hombre que no ignora que el presente

ya es el porvenir y el olvido,

un hombre que ha sido desleal

y con el que fueron desleales,

puede sentir de pronto, al cruzar la calle,

una misteriosa felicidad

que no viene del lado de la esperanza

sino de una antigua inocencia,

de su propia raíz o de un dios disperso.

Sabe que no debe mirarla de cerca,

porque hay razones más terribles que tigres

que le demostrarán su obligación

de ser un desdichado,

pero humildemente recibe

esa felicidad, esa ráfaga.

Quizá en la muerte para siempre seremos,

cuando el polvo sea polvo,

esa indescifrable raíz,

de la cual para siempre crecerá,

ecuánime o atroz,

nuestro solitario cielo o infierno.

 

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Ajedrez

 

I

En su grave rincón, los jugadores

Rigen las lentas piezas. El tablero

Los demora hasta el alba en su severo

Ambito en que se odian dos colores.

Adentro irradian mágicos rigores

Las formas: torre homérica, ligero

Caballo, armada reina, rey postrero,

Oblicuo alfil y peones agresores.

Cuando los jugadores se hayan ido,

Cuando el tiempo los haya consumido,

Ciertamente no habrá cesado el rito.

En el Oriente se encendió esta guerra

Cuyo anfiteatro es hoy toda la tierra.

Como el otro, este juego es infinito.

 

II

 

Tenue rey, sesgo alfil, encarnizada

Reina, torre directa y peón ladino

Sobre lo negro y blanco del camino

Buscan y libran su batalla armada

No saben que la mano señalada

Del jugador gobierna su destino,

No saben que un rigor adamantino

Sujeta su albedrío y su jornada.

También el jugador es prisionero

(La sentencia es de Omar) de otro tablero

De negras noches y de blancos días.

Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.

¿Qué dios detrás de Dios la trama empieza

De polvo y tiempo y sueño y agonías?

 

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Elvira de Alvear

 

Todas las cosas tuvo y lentamante

Todas la abandonaron, La hemos visto

Armada de belleza. La mañana

Y el arduo mediodía le mostraron,

Desde su cumbre, los hermosos reinos

De la tierra. La tarde fue borrándolos.

El favor de los astros (la infinita

Y ubicua red de causas) le había dado

La fortuna, que anula las distancias

Como el tapiz del árabe, y confunde

Deseo y posesión, y el don del verso,

Que tranforma las penas verdaderas

En una música, un rumor y un símbolo,

Y el fervor, y en la sangre la batalla

De Ituzaingó y el peso de laureles,

Y el goce de perderse en el errante

Río del tiempo (río y laberinto)

Y en los lentos colores de las tardes.

Todas las cosas la dejaron, menos

Una. La generosa cortesía

La acompañó hasta el fin de su jornada,

Más allá del delirio y del eclipse,

De un modo casi angélico. De Elvira

Lo primero que vi, hace tantos años,

Fue la sonrisa y es también lo último.

 

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Mi Vida Entera

 

Aqui otra vez, los labios memorables, unico y

semejante a vosotros.

Soy esa torpe intensidad que es un alma.

He persistido en la aproximacion de la dicha y

en la privanza del pesar.

He atravesado el mar.

He conocido muchas tierras; he visto una mujer

y dos o tres hombres.

He querido a una nina altiva y blanca y de una

hispanica quietud.

He visto un arrabal infinito donde se cumple una

insaciada inmortalidad de ponientes.

He paladeado numerosas palabras.

Creo profundamente que eso es todo y que ni veré

ni ejecutaré cosas nuevas.

Creo que mis jornadas y mis noches se igualan en

pobreza y en riqueza a las de Dios y a las

de todos los hombres.

 

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El Cómplice

 

Me crucifican y yo debo ser la cruz y los clavos.

Me tienden la copa y yo debo ser la cicuta.

Me engañan y yo debo ser la mentira.

Me incendian y yo debo ser el infierno.

Debo alabar y agradecer cada instante del tiempo.

Mi alimento es todas las cosas.

El peso preciso del universo, la humillación, el júbilo.

Debo justificar lo que me hiere.

No importa mi ventura o mi desventura.

 

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Soy el poeta

 

Un Ciego

No sé cuál es la cara que me mira

cuando miro la cara del espejo;

no sé qué anciano acecha en su reflejo

con silenciosa y ya cansada ira.

Lento en mi sombra, con la mano exploro

mis invisibles rasgos. Un destello

me alcanza. He vislumbrado tu cabello

que es de ceniza o es aún de oro.

Repito que he perdido solamente

la vana superficie de las cosas.

El consuelo es de Milton y es valiente,

Pero pienso en las letras y en las rosas.

Pienso que si pudiera ver mi cara

sabría quién soy en esta tarde rara.

 

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Everness

 

Sólo una cosa no hay. Es el olvido.

Dios, que salva el metal, salva la escoria

Y cifra en Su profética memoria

Las lunas que serán y las que han sido.

Ya todo está. Los miles de reflejos

Que entre los dos crepúsculos del día

Tu rostro fue dejando en los espejos

Y los que irá dejando todavía.

Y todo es una parte del diverso

Cristal de esa memoria, el universo;

No tienen fin sus arduos corredores

Y las puertas se cierran a tu paso;

Sólo del otro lado del ocaso

Verás los Arquetipos y Esplendores.

 

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A Un Poeta Sajón

 

Tú cuya carne, hoy dispersión y polvo,

Pesó como la nuestra sobre la tierra,

Tú cuyos ojos vieron el sol, esa famosa estrella,

Tú que viniste no en el rígido ayer

Sino en el incesante presente,

En el último punto y ápice vertiginoso del tiempo,

Tú que en tu monasterio fuiste llamado

Por la antigua voz de la épica,

Tú que tejiste las palabras,

Tú que cantaste la victoria de Brunanburh

Y no la atribuiste al Señor

Sino a la espada de tu rey,

Tú que con júbilo feroz cantaste,

La humillación del viking,

El festín del cuervo y del águila,

Tú que en la oda militar congregaste

Las rituales metáforas de la estirpe,

Tú que en un tiempo sin historia

Viste en el ahora el ayer

Y en el sudor y sangre de Brunanburh

Un cristal de antiguas auroras,

Tú que tanto querías a tu Inglaterra

Y no la nombraste,

Hoy no eres otra cosa que unas palabras

Que los germanistas anotan.

Hoy no eres otra cosa que mi voz

Cuando revive tus palabras de hierro.

Pido a mis dioses o a la suma del tiempo

que mis días merezcan el olvido,

que mi nombre sea Nadie como el de Ulises,

pero que algún verso perdure

en la noche propicia a la memoria

o en las mañanas de los hombres.

 

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El Suicida

 

No quedará en la noche una estrella.

No quedará la noche.

Moriré y conmigo la suma

Del intolerable universo.

Borraré las pirámides, las medallas,

Los continentes y las caras.

Borraré la acumulación del pasado.

Haré polvo la historia, polvo el polvo.

Estoy mirando el último poniente.

Oigo el último pájaro.

Lego la nada a nadie.

Remordimiento por cualquier Muerte

Libre de la memoria y de la esperanza,

ilimitado, abstracto, casi futuro,

el muerto no es un muerto: es la muerte.

Como el Dios de los místicos,

de Quien deben negarse todos los predicados,

el muerto ubicuamente ajeno

no es sino la perdición y ausencia del mundo.

Todo se lo robamos,

no le dejamos ni un color ni una sílaba:

aquí está el patio que ya no comparten sus ojos,

allí la acera donde acechó sus esperanzas.

Hasta lo que pensamos podría estarlo pensando él también;

nos hemos repartido como ladrones

el caudal de las noches y de los días.

 

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Ausencia

 

HABRÉ de levantar la vasta vida

que aún ahora es tu espejo:

cada mañana habré de reconstruirla.

Desde que te alejaste,

cuántos lugares se han tornado vanos

y sin sentido, iguales

a luces en el día.

Tardes que fueron nicho de tu imagen,

músicas en que siempre me aguardabas,

palabras de aquel tiempo,

yo tendré que quebrarlas con mis manos.

¿En qué hondonada esconderé mi alma

para que no vea tu ausencia

que como un sol terrible, sin ocaso,

brilla definitiva y despiadada?

Tu ausencia me rodea

como la cuerda a la garganta,

el mar al que se hunde.

 

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La Lluvia

 

Bruscamente la tarde se ha aclarado

Porque ya cae la lluvia minuciosa.

Cae o cayó. La lluvia es una cosa

Que sin duda sucede en el pasado.

Quien la oye caer ha recobrado

El tiempo en que la suerte venturosa

Le reveló una flor llamada rosa

Y el curioso color del colorado.

Esta lluvia que ciega los cristales

Alegrará en perdidos arrabales

Las negras uvas de una parra en cierto

Patio que ya no existe. La mojada

Tarde me trae la voz, la voz deseada,

De mi padre que vuelve y que no ha muerto.

 

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El Puñal

 

En un cajón hay un puñal.

Fue forjado en Toledo, a fines del siglo pasado; Luis Melián Lafinur se lo dio

a mi padre, que lo trajo del Uruguay; Evaristo Carriego lo tuvo alguna vez en

la mano.

Quienes lo ven tienen que jugar un rato con él; se advierte que hace mucho

que lo buscaban; la mano se apresura a apretar la empuñadura que la espera; la

hoja obediente y poderosa juega con precisión en la vaina.

Otra cosa quiere el puñal.

Es más que una estructura hecha de metales; los hombres lo pensaron y lo

formaron para un fin muy preciso; es, de algún modo eterno, el puñal que

anoche mató un hombre en Tacuarembó y los puñales que mataron a César.

Quiere matar, quiere derramar brusca sangre.

En un cajón del escritorio, entre borradores y cartas, interminablemente sueña

el puñal con su sencillo sueño de tigre, y la mano se anima cuando lo rige

porque el metal se anima, el metal que presiente en cada contacto al homicida

para quien lo crearon los hombres.

A veces me da lástima. Tanta dureza, tanta fe, tan apacible o inocente

soberbia, y los años pasan, inútiles.

 

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Los Espejos

 

Yo que sentí el horror de los espejos

no sólo ante el cristal impenetrable

donde acaba y empieza, inhabitable,

un imposible espacio de reflejos

sino ante el agua especular que imita

el otro azul en su profundo cielo

que a veces raya el ilusorio vuelo

del ave inversa o que un temblor agita

Y ante la superficie silenciosa

del ébano sutil cuya tersura

repite como un sueño la blancura

de un vago mármol o una vaga rosa,

Hoy, al cabo de tantos y perplejos

años de errar bajo la varia luna,

me pregunto qué azar de la fortuna

hizo que yo temiera los espejos.

Espejos de metal, enmascarado

espejo de caoba que en la bruma

de su rojo crepúsculo disfuma

ese rostro que mira y es mirado,

Infinitos los veo, elementales

ejecutores de un antiguo pacto,

multiplicar el mundo como el acto

generativo, insomnes y fatales.

Prolonga este vano mundo inciertoen su vertiginosa telaraña;

a veces en la tarde los empaña

el Hálito de un hombre que no ha muerto.

Nos acecha el cristal. Si entre las cuatro

paredes de la alcoba hay un espejo,

ya no estoy solo. Hay otro. Hay el reflejo

que arma en el alba un sigiloso teatro.

Todo acontece y nada se recuerda

en esos gabinetes cristalinos

donde, como fantásticos rabinos,

leemos los libros de derecha a izquierda.

Claudio, rey de una tarde, rey soñado,

no sintió que era un sueño hasta aquel día

en que un actor mimó su felonía

con arte silencioso, en un tablado.

Que haya sueños es raro, que haya espejos,

que el usual y gastado repertorio

de cada día incluya el ilusorio

orbe profundo que urden los reflejos.

Dios (he dado en pensar) pone un empeño

en toda esa inasible arquitectura

que edifica la luz con la tersura

del cristal y la sombra con el sueño.

Dios ha creado las noches que se arman

de sueños y las formas del espejo

para que el hombre sienta que es reflejo

y vanidad. Por eso no alarman.

 

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Susana Bombal

 

Alta en la tarde, altiva y alabada,

cruza el casto jardín y está en la exacta

luz del instante irreversible y puro

que nos da este jardín y la alta imagen

silenciosa. La veo aquí y ahora,

pero también la veo en un antiguo

crepúsculo de Ur de los Caldeos

o descendiendo por las lentas gradas

de un templo, que es innumerable polvo

del planeta y que fue piedra y soberbia,

o descifrando el mágico alfabeto

de las estrellas de otras latitudes

o aspirando una rosa en Inglaterra.

Está donde haya música, en el leve

azul, en el hexámetro del griego,

en nuestras soledades que la buscan,

en el espejo de agua de la fuente,

en el mármol de tiempo, en una espada,

en la serenidad de una terraza

que divisa ponientes y jardines.

Y detrás de los mitos y las máscaras,

el alma, que está sola.

 

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