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 Humanos                              La Alianza de Lordaeron                                                     

 

Humanos: La Alianza de Lordaeron
(Desde el fin de la Segunda Guerra)

 

Después de la Segunda Guerra
La devastadora Segunda Guerra combatida contra la Horda orca dejó a la Alianza de Lordaeron en un estado de confusión y trastorno. Los orcos, sedientos de sangre y bajo el mando del poderoso Jefe Orgrim Doomhammer, atravesaron y devastaron las tierras de los enanos, Khaz Modan, y también arrasaron muchas de las provincias centrales de Lordaeron. Los implacables orcos llegaron a saquear el lejano reino elfo de Quel’Thalas antes de que su carrera de destrucción fuera finalmente detenida. Los ejércitos de la Alianza, guiados por Sir Anduin Lothar, Uther el Portador de la Luz y el Almirante Daelin Proudmoore, obligaron a retroceder a los orcos hacia el sur, hacia la tierra ruinosa de Azeroth, el primer reino que cayó bajo el despiadado ataque orco.

Las fuerzas de la Alianza, bajo el mando de Sir Lothar, lograron sacar a los clanes de Doomhammer fuera de Lordaeron y mandarlos de vuelta a las tierras Azeroth, dominadas por los orcos. Las fuerzas de Lothar rodearon la volcánica ciudadela orca de Blackrock Spire y levantaron un sitio contra sus defensas. En un último esfuerzo, Doomhammer y sus tenientes se lanzaron en una temeraria carga desde Spire y arremetieron contra los Paladines de Lothar en el centro de las Estepas de Fuego. Doomhammer y Lothar se enzarzaron en una titánica batalla que dejó a ambos combatientes maltrechos y exhaustos. Aunque Doomhammer consiguió, por poco, vencer a Lothar, la muerte del gran héroe no tuvo el efecto que el Jefe había esperado.

Turalyon, el teniente en el que más confiaba Lothar, recogió el escudo manchado de sangre de Lothar y reunió a sus afligidos hermanos para un salvaje contraataque. Bajo los andrajosos estandartes de Lordaeron y Azeroth, las tropas de Turalyon masacraron una gran parte de las fuerzas restantes de Doomhammer en una gloriosa y terrible avanzada. Los pocos malparados orcos que sobrevivieron no tenían más que una salida, huir hacia el último bastión del poder orco que seguía en pie: el Portal Oscuro.

Turalyon y sus guerreros persiguieron a los orcos restantes a través de la purulenta Ciénaga de los Lamentos, hacia las corruptas Tierras Malditas en las que se erigía el Portal Oscuro. Ahí, al pie del colosal Portal, la Horda, destruida, y la Alianza, inquebrantable, se enzarzaron en la que sería la última y más sangrienta batalla de la Segunda Guerra. Los orcos, inferiores en número y trastornados por la maldición de su sed de sangre, cayeron inevitablemente bajo la ira de la Alianza. Doomhammer fue hecho prisionero y escoltado hasta Lordaeron mientras sus deshechos clanes eran hostigados y empujados hacia el norte, de regreso a Lordaeron.

Más allá del Portal Oscuro
Sólo unos pocos meses después de la finalización de Nethergarde, las energías del Portal Oscuro se fundieron para abrir una nueva puerta a Draenor. Los clanes orcos que quedaban, bajo el liderazgo del Chamán Anciano, Ner’zhul, cargaron una vez más contra Azeroth. Resueltos a robar algunos artefactos mágicos que aumentarían el poder de Ner’zhul, los orcos planearon abrir en Draenor nuevos Portales que les permitirían escapar para siempre de su mundo rojo condenado.

Convencido de que Ner’zhul planeaba una nueva ofensiva contra la Alianza, el Rey Terenas de Lordaeron envió a sus ejércitos a Draenor para acabar con la amenaza orca de una vez por todas. Dirigidos por Khadgar y el General Turalyon, las fuerzas de la Alianza se enfrentaron a los orcos en el ardiente paisaje. A pesar de la ayuda de la guardabosque elfa Alleria, el enano Kurdran y el veterano soldado Danath, Khadgar no logró impedir que Ner’zhul abriera sus Portales a otros mundos.

 Las terribles tormentas mágicas que provocaron las energías convergentes de los Portales empezaron a desgarrar ese mundo asolado. Ner’zhul, seguido sólo por sus más fieles sirvientes, logró escapar atravesando uno de los Portales mientras Khadgar luchaba desesperadamente por hacer regresar a sus compañeros a Azeroth. Cuando se dieron cuenta de que quedarían atrapados en el mundo moribundo, Khadgar y sus compañeros decidieron destruir altruistamente el Portal Oscuro para que Azeroth no resultara dañada por la violenta destrucción de Draenor. Por lo que se dice, los héroes lograron destruir el Portal y salvaron Azeroth, pero todavía queda por ver si lograron escapar a la agonía de Draenor.

La Batalla de Grim Batol
Después de la destrucción del segundo Portal Oscuro, la Alianza logró reunir a la mayor parte de los clanes orcos renegados que todavía quedaban en Azeroth. Los campos de internamiento de orcos, que se construyeron poco después de Segunda Guerra, estaban a rebosar y eran custodiados en todo momento. Aunque el recién llegado clan de los Warsong había escapado hasta entonces a la ira de la Alianza, sólo había un grupo lo suficientemente grande y fuerte para alterar la frágil paz que se había establecido en Lordaeron: el clan Dragonmaw.

El clan Dragonmaw, liderado por el insidioso brujo Nekros, había conquistado y mantenido una amplia zona del Khaz Modan septentrional, utilizando dragones y pequeñas unidades de soldados de a pie. Nekros mantenía su poder sobre la Reina de los Dragones, Alexstrasza, y su ejército de dragones rojos voladores gracias a un potente artefacto conocido como Alma de Demonio. Nekros estableció su base en el antiguo bastión enano de Grim Batol, construyó un gran ejército y planeó reunir a la fallida Horda. Pero a pesar del poder del brujo, la intervención del temerario mago Rhonin arruinó los planes de Nekros. Rhonin y sus compañeros, ayudados por guerreros de la resistencia enana, lograron destruir el Alma de Demonio y liberaron a Alexstrasza del control orco. Los vengativos dragones rojos incineraron al clan de los Dragonmaw y acabaron definitivamente con el último bastión del poder orco del mundo.

Con la muerte de Nekros, el último brujo orco, los orcos, abandonados en los concurridos campos de internamiento, cayeron en un letargo atroz. Despojados de su voluntad de luchar e incluso de la de morir, los orcos perdieron toda conciencia de sí mismos como guerreros y también los rasgos de la orgullosa cultura que les había dado vida.

La escisión de la Alianza
En los años que siguieron a la derrota de la Horda, los líderes de las diversas naciones de la Alianza comenzaron a discutir y altercar sobre propiedades territoriales y la disminución de su influencia política. El Rey Terenas de Lordaeron, el patrono de la Alianza, empezó a sospechar que el frágil pacto que habían forjado en su hora más oscura no duraría mucho tiempo. Terenas había convencido a los líderes de la Alianza para que invirtieran dinero y trabajadores para ayudar a reconstruir la ciudad de Stormwind, que había sido destruida durante la ocupación orca de Azeroth. Esos impuestos, unidos al enorme gasto que suponía mantener y hacer funcionar los numerosos campos de internamiento orcos, llevaron a muchos dirigentes, en concreto a Genn Greymane de Gilneas, a creer que sus reinos estarían mejor si se separaban de la
Alianza.

Para empeorar aún más las cosas, los bruscos altos elfos de Silvermoon retiraron su apoyo a la Alianza y declararon que el precario liderazgo humano había llevado a la quema de sus bosques durante la Segunda Guerra. A pesar de que Terenas recordó con mucho tacto a los elfos que no habría quedado nada de Quel’Thalas si no hubiera sido por los valientes humanos que habían dado sus vidas para defenderla, los elfos, tercamente, decidieron tomar su propio camino. Poco después de la partida de los elfos, Gilneas y Stromgarde levantaron el campamento y se marcharon. Aunque la Alianza estaba fragmentándose, el Rey Terenas todavía tenía aliados con los que podía contar. Tanto el Almirante Proudmoore de Kul Tiras como el joven Rey de Azeroth, Varian Wrynn, permanecieron fieles a la Alianza. Asimismo, los magos del Kirin Tor, guiados por el Archimago Antonidas, ofrecieron el inquebrantable apoyo de Dalaran al reinado de Terenas. Fue especialmente bienvenido el compromiso del poderoso Rey enano, Magni Bronzebeard, que juró que los enanos de Ironforge estarían eternamente en deuda de honor con la Alianza por haber liberado a Khaz Modan del control de la Horda.

Una nueva generación
Pasaron los años y las tensiones iban disminuyendo: por fin se estableció una paz duradera en Lordaeron. El Rey Terenas y el Arzobispo Alonsus Faol trabajaron sin cesar para reconstruir su reino y llevar ayuda al resto de naciones de la Alianza. El reino meridional de Azeroth prosperó y volvió a convertirse en una potencia militar bajo el visionario liderazgo del Rey Wrynn. Uther el Portador de la Luz, el comandante supremo de la Orden de los Paladines, mantuvo la paz en Lordaeron solventando disputas civiles y sofocando levantamientos semihumanos por todo el reino. El Almirante Proudmoore, cuya potente flota patrullaba las líneas comerciales persiguiendo a piratas y maleantes, mantenía el orden en alto mar. Pero eran las hazañas de una nueva generación de héroes las que capturaban la imaginación del pueblo.

El único hijo del Rey Terenas, Arthas, se había convertido en un hombre fuerte y seguro de sí mismo. El joven Príncipe había sido educado como un guerrero por Muradin Bronzebeard, hermano del Rey Magni de Ironforge, y, a pesar de su juventud, era considerado uno de los mejores espadachines de Lordaeron. A la tierna edad de diecinueve años, Arthas fue introducido en la Orden de la Mano de Plata, que por aquel entonces estaba bajo el mando de Lord Uther. El bondadoso Uther, que había sido como un hermano para el Rey Terenas durante años, consideraba al Príncipe más como un sobrino favorito que como un alumno. Aunque era testarudo y algo arrogante, nadie podía poner en duda el valor y la tenacidad de Arthas. Cuando los escuadrones de trolls de Zul’Aman empezaron sus incursiones a los asentamientos de la frontera de Quel’Thalassian, Arthas fue raudo a perseguir a los salvajes y a poner fin a sus saqueos.

Sin embargo, a pesar de sus actos heroicos, los ciudadanos de Lordaeron se obsesionaron con la vida personal del joven Príncipe. En el reino empezaron a correr rumores sobre un posible romance entre Arthas y Lady Jaina Proudmoore. Jaina era la hija menor del Almirante Proudmoore y una amiga de infancia de Arthas. Sin embargo, la hermosa pero tímida joven era también la alumna más brillante del Kirin Tor, el Consejo de los Magos de Dalaran. Bajo la tutela del venerado Archimago Antonidas, Jaina se revelaba como un futuro prodigio y destacaba en el estudio y la investigación de la magia. A pesar de los rigores de sus deberes, Arthas y Jaina consiguieron mantener una estrecha relación. Dada la edad del Rey Terenas y su declinante salud, los ciudadanos estaban satisfechos al ver que su amado Príncipe se casaría y prolongaría la línea de sangre real. Incómodos por la atención pública, Arthas y Jaina mantenían su relación tan privada como les era posible. Pero Jaina, entregada a sus estudios en Dalaran, sabía que su romance no podía durar. Había estudiado las vías de la magia durante toda su vida y sabía que la verdadera llamada era la búsqueda del conocimiento, no las ceremonias del trono. Ante la frustración de los ciudadanos de Lordaeron, los dos amantes separaron reluctantes sus caminos y se centraron de nuevo en sus deberes.

El regreso de las Sombras
Después de casi trece años de paz, empezaron a circular de nuevo rumores de una guerra. Los agentes del Rey informaron de que un joven Jefe advenedizo se había alzado y había reunido a los pocos clanes orcos que quedaban para formar una fuerza de combate de elite. El joven Jefe tenía la intención de arrasar los campos de internamiento y liberar a su gente de sus cadenas. La “Nueva Horda”, que así se venía a llamar, había atacado descaradamente la ciudad septentrional de Stratholme en un intento de rescatar a uno de sus guerreros prisioneros. La Horda había destruido Durnholde, la fortaleza que supervisaba la seguridad en los campos de internamiento, y había asesinado a los oficiales que la dirigían. El Rey Terenas envió a Uther y a sus Paladines para sofocar el levantamiento del Jefe orco, pero los astutos orcos jamás fueron hallados. El joven Jefe demostró ser un genio táctico y eludió los mejores intentos de Uther de rodear sus ataques relámpago.

En medio de la tensión del nuevo levantamiento orco, el Rey Terenas fue interrumpido para recibir malas noticias de otro frente. Corría el rumor de que en las provincias del norte se habían formado un determinado número de supuestos “cultos de muerte”. Los cultos atraían a los ciudadanos insatisfechos de Lordaeron, a aquellos privados de sus derechos, y les ofrecían “vida eterna” en la tierra como una alternativa a servir al Rey. Después de muchos años de paz y tranquilidad, el Rey Terenas supo que los problemas de su tierra habían apenas comenzado. Se consoló pensando que Lordaeron había resistido a todas las pruebas que se habían cruzado en su camino y que sus defensores, tanto los nuevos como los viejos, harían que llegara a ver un nuevo amanecer …

 

 

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